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Desde bien pequeña sabía que la docencia era lo mío. Es algo que siempre decía cuando alguien me preguntaba “¿Qué quieres ser de mayor? y yo le respondía: “Quiero ser MAESTRA”

La vocación no desaparece cuando llegas a casa, ahí es donde aparece con más intensidad para poner en marcha el gran proceso creativo que tiene lugar en mi cabeza. Siempre buscando formas de motivar, de innovar y de que mis clases estén impregnadas de emoción. Sólo si hay emoción, los aprendizajes tienen sentido y se convierten en algo memorable, difíciles de olvidar. Me gusta poner corazón y amor a lo que hago porque sólo así llegamos a las personas y les damos las alas necesarias para poder volar.
En definitiva, la vocación es levantarse cada día con ilusión por ir a trabajar ¿Trabajar? Dichosa yo, porque puedo decir bien alto que amo lo que hago, así que trabajo no sé si es. Es sentirte llena cuando consigues el efecto esperado cuando haces algo en clase que llevas días preparando en casa, es ver sus sonrisas y sus miradas asombradas cuando cerramos las persianas y creamos ambiente para hacer nuestras relajaciones. Yo siempre digo que se cierran las persianas, pero al mismo tiempo se abren las puertas a la emoción.
Son tantas cosas, que podría estar escribiendo horas.
Por supuesto, no me puedo olvidar de las familias. Me considero una persona cercana y tengo muy claro que sin su ayuda y colaboración el camino es más complicado y lleno de obstáculos. Me encanta hacerles partícipes de todo el proceso y de contar con ellos para todo lo que sea necesario. No entiendo la educación sin que ellos sean parte importante de todo esto, puesto que nos mueve un objetivo común. Soy afortunada por estar dentro de ese gran vínculo que se crea. Esto también alimenta a la vocación.
Por todo lo expuesto, me atrevo a aconsejar a esas personas que eligen esta carrera por fácil o por no poder optar a otra cosa, que no hagan algo que no les apasione, que su desgana y su falta de vocación no la trasladen a un aula, ya que toda la magia que puede llegar a crearse, es cortada de raíz. Para que todo fluya, el maestro es el primero que debe ir feliz a clase o lo que es lo mismo: “Hazlo con pasión o cambia de profesión”.
Para terminar dos cosas. La primera, agradecer a Elena por haberme brindado esta oportunidad y ser parte de su maravilloso blog junto a grandes profesionales que ya han dejado su huella. Es un gran honor ser partícipe de esta bonita iniciativa.
Y la segunda, acabar con un pequeño relato del gran Eduardo Galeano que dice así:
"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.

Y dijo que somos un mar de fueguitos.

-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.

No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende".

Que seamos la mecha que enciendan a todos esos “Fueguitos” y que se extienda su luz por todos los rincones. Creo que ese es el objetivo por el cual un día me atreví a creer que podría llegar a ser una gran “MAESTRA

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